PROGRAMA PARA EUROPA 2024

¿DÓNDE VAS, EUROPA?

Solo hay futuro si es no violento

||| Programa del Partido Humanista para las elecciones europeas 2024 |||

Cuando nos aproximamos a una nueva convocatoria electoral en Europa, debemos reconocer que las ciudadanas y ciudadanos de la Unión tienen ante sí un reto enorme. Deben decidir si quieren estar con la defensa de los Derechos Humanos y el medio ambiente, o si se dejan llevar por el miedo para seguir por el camino de la discriminación y la violencia. Tienen que votar si prefieren aspirar a una Europa generosa y democrática, o ahondar en las desigualdades cada vez más evidentes en todos los países de la UE. Elegir, en definitiva, entre la destrucción creciente y el sinsentido, o el futuro abierto y la no violencia.

Esta disyuntiva no es, en realidad, nueva ni afecta tan solo a nuestro continente. La dualidad entre un sistema capitalista violento y depredador o una alternativa que coloque al ser humano como valor central, ya era un argumento que defendimos en el Documento Humanista publicado en 1993: “El Humanismo pone por delante la cuestión del trabajo frente al gran capital; la cuestión de la Democracia real frente a la Democracia formal; la cuestión de la descentralización frente a la centralización; la cuestión de la antidiscriminación frente a la discriminación; la cuestión de la libertad frente a la opresión; la cuestión del sentido de la vida frente a la resignación, la complicidad y el absurdo.”

Decimos que esta realidad no solo afecta a Europa porque, en el mundo globalizado en que nos encontramos, todo está relacionado en una estructura de la que es difícil escapar. Esa interconexión es también la que nos lleva a afirmar la importancia de que la Unión Europea abandone su actual política de sumisión a los intereses de Estados Unidos y marque una dirección distinta. Con una ceguera ridícula, los dirigentes europeos han decidido desde hace tiempo seguir las directrices bélicas de la OTAN, en lugar de buscar cohesión interna y un acercamiento diplomático a Rusia que permitiera una mayor seguridad en el continente. El resultado es una guerra que, al tiempo que amenaza con extenderse (lo que podría tener unas consecuencias terribles), está sirviendo para que Estados Unidos aumente sus ganancias gracias a la exportación de armas y al mercado energético.

El absurdo discurso de la guerra es tan dominante, apoyado como está por la mayoría de los partidos políticos y los grandes medios de comunicación, que pretenden hacernos creer que la opción de buscar la paz es ridícula. A la buena gente que clama por el fin de tanta violencia se la presenta, en el mejor de los casos, como ingenua. Sin embargo, la única salida moralmente válida y que no conduce al desastre es la más valiente: apostar por la no violencia.

¿Y qué hacer entonces en este sistema cruel, viendo como todo apunta hacia la destrucción? Por lo pronto, no colaborar con aquellos partidos que defienden la guerra y su macabro negocio. No importa que se presenten a sí mismos como defensores de los derechos humanos, que se disfracen de progresistas o que hablen de cambio. Vivimos unos tiempos tan confusos que hoy tenemos gentes que se dicen comunistas apoyando a la OTAN o partidos que se llaman verdes y defienden que se destroce el planeta a bombazos. Ante este panorama, la única posibilidad para la buena gente es no votar a ninguno de estos partidos que colaboran con la destrucción y el absurdo.

La guerra no es el único problema de Europa, pero sí el más acuciante. Aun así no podemos olvidarnos de otros tantos desafíos ante los que nuestro continente está tomando las decisiones equivocadas. Hablamos de la nueva política de inmigración, que condena a miles de seres humanos a la muerte tratando de cruzar nuestras fronteras; de la inacción ante el cambio climático dando prioridad a las grandes empresas en lugar de a las personas; o del evidente descenso de la calidad de vida de los europeos, con una mayor dificultad para acceder a salud, educación y vivienda dignas.

Los humanistas somos conscientes de que no será sencillo resolver todos estos retos. Desde dentro de los estrechos márgenes de este sistema, de hecho, no hay solución posible. El poder económico, y por lo tanto también el político, se concentra cada vez en menos manos y no parecen dispuestos a aflojar. Sin embargo, por más que el sistema trata de hipnotizar a la gente con su propaganda (e incluso lo consigue temporalmente), empieza a haber un clamor que pide acabar con tanta injusticia. ¿Cómo será esa caída del mundo? ¿Dejaremos que la violencia y la irracionalidad se impongan? ¿Vamos a permitir que unos pocos continúen enriqueciéndose, mientras se envía a la muerte a gran parte de la población?

Pero a pesar de tantos signos que parecen marcar un futuro oscuro, los humanistas somos optimistas porque creemos en la capacidad del ser humano para revertir esta situación. El cambio al que aspiramos se aproxima y para conseguirlo será necesaria una revolución. Como escribió Silo, “Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad por medio de la revolución es el imperativo de esta época en la que el ser humano ha quedado clausurado”. Por eso nuestras propuestas políticas apuntan a un cambio que va más allá del pragmatismo de unos o la triste resignación de otros. Sabemos que en cada ser humano hay algo muy grande, algo que merece ser despertado y que busca expresar sus mejores aspiraciones, aspiraciones de paz, justicia, alegría y no violencia. Por eso, si estás leyendo este programa no solo te pedimos que deposites el voto humanista en las próximas elecciones, te invitamos también a que te rebeles contra el dolor y el sufrimiento en ti, en los otros, y en la sociedad humana.

Por una Europa abierta, generosa y no violenta.

Búscanos y construyamos juntos.

 

UNA EUROPA NO VIOLENTA

Política exterior y desarme

 

Las relaciones exteriores de Europa están marcadas por dos guerras que comprometen gravemente su seguridad y su cohesión interna. En ambos conflictos, la Unión Europea han puesto de manifiesto su falta de coherencia y dependencia respecto de la OTAN y de la política exterior de los Estados Unidos, aun en contra de sus propios intereses. Las dos guerras tienden a involucrar a más países, en una confrontación de consecuencias imprevisibles que amenazan nuestro futuro.

n Ucrania, la guerra iniciada por la invasión ordenada por Putin merece toda la repulsa y condena por parte de los pueblos y la comunidad internacional. Las consecuencias del conflicto las sufre el pueblo ucraniano, que cada día de guerra paga un precio insoportable. Pero es muy relevante que a pesar de las miles de víctimas y de la masiva destrucción de infraestructuras que acumula, la comunidad internacional no esté impulsando ninguna iniciativa de paz que pueda derivar el conflicto hacia una solución pacífica.

Por el contrario, los países occidentales participan en la guerra desde su comienzo mediante el suministro de armamento a Ucrania y el apoyo y asesoramiento a su ejército. La dependencia de Ucrania respecto de los países occidentales, especialmente Estados Unidos, es tan grande que ya no se sabe quién toma las decisiones sobre su estrategia bélica. Seguramente Trump, por una vez, no va desencaminado al afirmar que la continuidad de la guerra depende de la decisión del presidente de los Estados Unidos. Mientras, los jóvenes ucranianos ya no quieren ser reclutados para matar o morir.

La extensión del conflicto por todo el continente es una posibilidad anunciada e incluso promovida por algunos dirigentes europeos, que advierten de su “inevitabilidad” y anticipan escenarios catastróficos. Mientras países como Polonia advierten a sus poblaciones de la posible invasión de sus territorios por el ejército ruso, Macron habla de movilizar sus tropas hasta territorio ucraniano. Varios gobiernos europeos anuncian planes para regresar al reclutamiento obligatorio de jóvenes. Pocos dirigentes europeos han sido capaces de mantener una postura firme contra el envío de armas. Y los que lo han hecho han sido arrinconados por los medios de comunicación, que respaldan mayoritariamente el discurso de la guerra. El miedo crece y Rusia advierte de una posible guerra nuclear si los ejércitos de los países de la OTAN entraran en acción en el territorio de Ucrania. En el trasfondo de la guerra late el enfrentamiento de una potencia que aspira a mantener su hegemonía en todo el planeta, contra otra que quiere consolidarse como potencia regional.

En el origen de este conflicto está la difícil relación de Rusia con Ucrania (a la que considera parcialmente como parte de su territorio e historia) y el auge del nacionalismo ruso representado por Putin. De forma muy irresponsable, tanto Estados Unidos como Rusia han buscado alentar la guerra en lugar de buscar la paz.

Por otro lado, la trayectoria de la organización atlántica ha mutado. Desde un planteamiento teóricamente defensivo hacia un rol extremadamente agresivo, iniciado con el bombardeo sobre Belgrado y continuado por sus intervenciones en Libia, Irak o Afganistán, cuyo objetivo era liquidar regímenes políticos que Estados Unidos consideraba hostiles o amenazadores. Todas las intervenciones han tenido devastadoras consecuencias para esos países. Poco han tenido que ver esas acciones con la defensa de los países miembros, ni con los “derechos humanos” o la “democracia”, y mucho con el apoyo al papel de Estados Unidos y sus corporaciones como imperio mundial. La expansión de la OTAN a los países de la zona de los Balcanes y del Báltico ha sido aprovechada por los Estados Unidos para desplegar sus misiles apuntando a Rusia y aumentando la tensión con este país. Obviamente la invitación a Ucrania y Georgia para integrarse en la alianza fue interpretada como una peligrosa amenaza por el régimen ruso.

Esta expansión y agresividad de la OTAN coincide milimétricamente con la planificación estratégica de Estados Unidos de este siglo, cuya prioridad es impedir la aparición de potencias capaces de oponerse a su hegemonía. Si en la zona Euroasiática el rival “hostil” es Rusia, en el Pacífico es China, cuya expansión e influencia como potencia regional y mundial emergente intentan frenar. El despliegue militar norteamericano se ha extendido ya por todos los continentes y océanos (700 bases militares en más de 80 países).

La guerra en Ucrania ha puesto además de manifiesto la dependencia de Europa respecto de los Estados Unidos y la OTAN. Rotas las relaciones económicas entre Rusia y los países de la UE, el suministro energético de Europa ha sido desviado hacia las compras de combustible licuado procedente de los Unidos. Mientras, la industria arma-mentista se frota las manos con los grandes incrementos en gasto militar a los que se ven exigidos los países europeos.

A la guerra en Ucrania se sumó el devastador conflicto de la franja de Gaza. Después del criminal ataque perpetrado por Hamás contra población civil israelí, el gobierno de Netanyahu se ha lanzado a una loca espiral de violencia contra la población gazatí, asesinando a decenas de miles de civiles, la mayoría niños, mujeres y ancianos.

Es claro que el atentado de Hamás, además de causar centenares de víctimas mortales y de tomar rehenes indiscriminadamente, pretendía provocar la devastadora respuesta del Estado  de  Israel. La violencia de ambos se retroalimenta mutuamente y justifican su barbarie con la del enemigo, mientras se incita a la venganza en ambos bandos, envenenando a las futuras generaciones, a quienes se niega la posibilidad de construir un futuro en paz.

Pero hay que recordar que dos millones de palestinos viven en Gaza desde hace varias décadas en una situación dramática, prisioneros en un gueto, sometidos a una completa humillación y asediados por el poder militar del ejército israelí, que periódicamente bombardea las ciudades y poblados causando miles de muertos entre la población. Esta política, que solo podemos calificar como de genocida, hoy alcanza sus mayores dimensiones a través de un cruel operativo militar que pretende la destrucción sistemática de la sociedad gazatí y la ruina de todas las infraestructuras del territorio. La guerra ya se ha extendido a una confrontación bélica entre Irán e Israel, con grave riesgo de utilización de armas nucleares. El planeta asiste impotente al sistemático aniquilamiento de la vida y la esperanza de millones de seres humanos, en contra de las aspiraciones de justicia y paz de toda la humanidad. El ataque israelí vulnera impunemente las convenciones del derecho internacional: bombardeos a población civil indefensa, bloqueo de suministros básicos, hambruna, destrucción de hospitales, ataques a ONGs, etcétera. Mientras, las potencias occidentales se niegan a reprobar el genocidio y continúan con el envío de armas hacia Israel. La gente en todas partes está pidiendo que se detengan los bombardeos y demás acciones violentas, que se liberen los rehenes secuestrados y se asegure el cumplimiento de los derechos humanos en la región. El doble rasero con que se miden ambos conflictos en Occidente es evidente.

Frente a esta locura, es imprescindible oponerse a la guerra, negarse al reclutamiento obligatorio, al gasto desenfrenado en armamento, a la retórica belicista… Los humanistas llevamos décadas denunciando la carrera armamentística, la amenaza de las armas nucleares y el desastre humano y medioambiental que las guerras provocan. No es necesario recordar que con una pequeña parte de lo que se gasta en armamento podrían resolverse graves problemas ambientales o de pobreza en el mundo.

Nada podemos esperar de esas instancias políticas, que están demostrando de nuevo su esterilidad y su hipocresía a la hora de enfrentar el momento presente. Hoy se necesitan voces que se hagan oír y acciones que señalen un camino de superación del conflicto y de la violencia que nos deshumaniza. Y si la desolación frente a este estado de las cosas es tan grande, es porque ya existe en los pueblos una difusa conciencia respecto a algunos intangibles tales como la aspiración a la justicia, a la paz y a la vigencia de los derechos humanos, valores que se están quebrantando con impunidad en este conflicto.

En la Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia, promovida por todos los organismos del Movimiento Humanista, se plantearon cinco puntos que a día de hoy siguen siendo fundamentales y que deberían aplicarse para solucionar el conflicto en Ucrania: el desarme nuclear a nivel mundial, el retiro inmediato de las tropas invasoras de los territorios ocupados, la reducción progresiva y proporcional del armamento convencional, la firma de tratados de no agresión entre países y la renuncia de los gobiernos a utilizar las guerras como medio para resolver conflictos.

  • Renunciar a las guerras como forma de resolver los conflictos entre países: los humanistas proponemos la progresiva adopción en los textos constitucionales de una expresa renuncia a la guerra, excepto en el caso de legítima defensa. Contamos en nuestro país con un importante antecedente digno de ser recordado, la Constitución de la Segunda República, aprobada en 1931, que así lo estableció. No se basa este principio en la ingenuidad de unos bienintencionados, sino en la experiencia fundamentada acerca de las desastrosas consecuencias que las guerras han dejado en todo el planeta. Por supuesto esto incluye el embargo de la exportación de armas a zonas de guerra, y especialmente al Estado de Israel. Abandonar las guerras definitivamente supondría un avance gigantesco en esta prehistoria de la Humanidad que todavía hoy
  • Prohibición, para todos los estados, de la fabricación, almacenamiento y uso de armas nucleares, así como de las biológicas y las químicas. A pesar del peligroso momento bélico que sufre Europa, una importante iniciativa se ha abierto paso en las Naciones   Un  mayoritario número de estados han suscrito el TPAN (Tratado Sobre la Prohibición de las Armas Nucleares), que ha entrado en vigor en 2021. Pero son precisamente los estados que disponen de armas nucleares los que con más fuerza se niegan a suscribir este Tratado. Tampoco el resto de los países que integran la OTAN y no disponen de armas nucleares han suscrito este acuerdo. Por ello, y en la situación de guerra en la que nos encontramos, los humanistas proponemos la inmediata firma del TPAN por parte del todos los países de la Unión Europea, y la apertura de negociaciones con Rusia para el desmantelamiento de los arsenales nucleares en Europa.
  • Los humanistas planteamos que Europa salga de la OTAN, a la que consideramos una organización cuyos intereses no son los de promover la paz y la seguridad en sus estados miembros, sino que están directamente vinculados con el fortalecimiento de la posición imperial de los Estados Unidos en el planeta. La seguridad de los países europeos debe afrontarse dentro de la UE con una organización propia sin dependencia

Para terminar, quisiéramos recordar lo dicho por Silo en la cumbre de Premios Nobel de la Paz en Berlín en noviembre de 2009, cuando señaló que la crisis actual “evidencia el fracaso global de un sistema cuya metodología de acción es la violencia y cuyo valor central es el dinero. En las poblaciones no está instalada todavía a nivel general y global la defensa de la vida humana y de los más elementales derechos humanos. Aún se hace apología de la violencia cuando se trata de argumentar la defensa y aún la ‘defensa preventiva’ contra posibles agresiones. Es necesario despertar la conciencia de la No Violencia Activa que nos permita rechazar no sólo la violencia física, sino también toda forma de violencia económica, racial, psicológica, religiosa y de género.” En esa tarea nos emplazamos los humanistas.

 

UNA EUROPA CON FUTURO

Defensa del medio ambiente

Si realmente queremos afrontar el problema del cambio climático y abrir una posibilidad a la continuación de nuestra especie en el planeta, hay que dejar claro que el capitalismo y la protección del medio ambiente no son compatibles. Por su propia concepción depredadora, el capitalismo busca siempre maximizar los beneficios, sin reparar en las consecuencias que esto tenga para las poblaciones y los entornos. Es ingenuo pensar que una correcta regulación o eso que ahora llaman “economía verde” pueda poner freno a una tendencia que conduce al agotamiento de los recursos energéticos, la destrucción de la biosfera y el incremento de la pobreza y la desigualdad.

¿Qué hacer entonces? Hay quienes, desde ciertos ámbitos académicos, empiezan ya a estudiar lo que han denominado “colapsología”, un neologismo que da por hecho el derrumbe de la sociedad industrial (antes del 2050, prevén algunos). Aseguran que la humanidad debería prepararse para el momento posterior. Lo interesante de esta teoría es que, ciertos científicos que se alinean con la idea, abogan por la necesidad de rescatar el altruismo y la cooperación entre los seres humanos como los únicos valores válidos cuando llegue ese colapso.

La tendencia mayoritaria es, sin embargo, vivir como si las evidencias científicas no existieran. Poco importa que los partidos en el gobierno estén a la derecha, a la izquierda o que incluso se autodenominen verdes, porque sus políticas defienden idéntica postura: mantener un sistema de producción que consume recursos a un ritmo vertiginoso e irracional. La estúpida cultura materialista en la que vivimos actualmente se sostiene sobre la falsa promesa de que será posible mantener esta dirección infinitamente. Y que tan solo es necesario modificar algunos detalles como cambiar los motores de combustión por motores eléctrico o instalar millones de placas solares.

Mientras los gobiernos firman acuerdos como el de París, que luego incumplen sistemáticamente, el panel de expertos en cambio climático de Naciones Unidas alerta de que si queremos que la subida media de la temperatura del planeta sea solo de 1,5 o 2 grados, los países europeos deberíamos reducir anualmente sus emisiones en un 8% o un 10%. La realidad es las multinacionales y el gran capital, amparados por gobiernos ineficaces y cómplices, han decidido no hacer nada. Solo así se entienden las últimas decisiones como incentivar las guerras y la fábrica de armas, relajar ciertas medidas ambientales argumentando precisamente el esfuerzo bélico, o dar marcha atrás en algunas regulaciones agrícolas, en lugar de buscar una fórmula para compensar a los agricultores que no sea regresa a prácticas contaminantes. Como siempre, todas estas decisiones lo único que hacen es beneficiar a los poderosos. Así pues, es ridículo confiar en eso que algunos llaman “capitalismo verde” porque significa dejar el futuro en manos de petroleras, eléctricas y bancos. Y nadie llama a un pirómano para apagar el fuego: tendremos que ser nosotros, la gente, quienes ejerzamos de bomberos.

Existe una mirada profundamente egoísta y cortoplacista en los países más ricos, porque saben que los que están sufriendo ya con más virulencia los efectos del cambio climático son los países empobrecidos. Y, cuando esta situación se haga general, las personas con menos recursos y más débiles tendrán de nuevo más dificultades. Pero esta miopía, que no acepta que “no habrá progreso si no es de todos y para todos” y que pretende seguir enriqueciéndose a costa de explotar hasta la extenuación el planeta, nos conducirá si no lo evitamos al desastre como especie.

Ni la ciencia va a venir a salvarnos, ni podremos con prácticas individuales revertir radicalmente la situación. La primera opción, es un mantra que empuja al inmovilismo. La segunda, a limpiar conciencias sin comprometerse con otros. Es verdad que hay esfuerzos científicos que van a ayudar a que los embates del cambio climáticos sean menores y las políticas públicas deberán aumentar el apoyo y financiación a cuantas nuevas formas energéticas no contaminantes surjan (como debería hacerse también con fórmulas alimentarias, de vivienda, transporte, etcétera) para que el impacto sobre el planeta sea menor. Y también es cierto que modificar comportamientos individuales (ahorro de agua, reciclar, consumir menos, reducir la basura, etcétera) siempre será una ayuda.

La salida, entonces, tiene que ser con otros y hacia otros. Debe ser generosa y que supere los estrechos márgenes que propone este sistema que ya se ha mostrado ineficaz e inmoral. Mientras esa caída inevitable y ojalá cercana del sistema se produce, hay algunas medidas que desde lo político podemos implementar.

  • El 35% de los gases de efecto invernadero producidos por el sector energético de todo el planeta son emitidos por 20 grandes empresas. Se trata de grandes energéticas que explotan combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo). Dos de estas compañías pertenecen a países de la Unión Europea (Royal Duch Shell, holandesa, y Total SA, francesa). La UE debería obligar a estas compañías, si quieren seguir operando en su territorio, a compensar todas sus emisiones mediante un impuesto a la contaminación. El dinero recaudado se destinaría íntegramente a la implantación de fuentes de energías
  • Plan de sustitución de las fuentes energéticas sucias hacia fuentes renovables y de cercanía. En el 2040 toda la Unión Europea debe haber alcanzado el objetivo de emisiones
  • Proteger nuestros bosques y detener la deforestación mediante políticas que inviertan en las zonas rurales para genera empleo y recuperar espacios
  • Prohibición de prácticas como el
  • Subvencionar a través de fondos europeos un gran plan para acondicionar y aislar las viviendas en los países miembros de la UE, de forma que sean más habitables y sostenibles.
  • Acabar con las explotaciones de ganadería intensiva que aumentan la contaminación ambiental y conllevan, además, un mayor sufrimiento
  • Introducción en todas las escuelas de la Unión Europea de una asignatura que eduque a los más pequeños en las ideas de un consumo
  • Multas para el “greenwashing”. Aquellas compañías que utilicen una publicidad engañosa, orientada a hacer creer a los ciudadanos que tienen prácticas sostenibles, cuando no sea cierto, serán
  • Promover un estudio urgente y a gran escala sobre el verdadero impacto ambiental de la extracción de las denominadas “tierras raras”. Estos elementos químicos, presentes en ciertos materiales, son esenciales para la fabricación de numerosos aparatos, desde motores eléctricos a smartphones. Su elevado precio hace que muchos países compitan en la actualidad por la explotación de minas en las que hay abundancia de “tierras raras”. Pero no existe absoluta certeza de que su extracción pueda realizarse sin un gran impacto ambiental y un excesivo consumo energético. Se paralizarán en territorio europeo estas explotaciones hasta que se tengan las conclusiones de este
  • Impulsar la firma de un gran pacto europeo que permita la sostenibilidad económica y ambiental del sector primario (agricultura, pesca y alimentación), así como una plan de reforestación que incluya el cuidado y mantenimiento de las zonas replantadas, que ayude a detener el cambio climático.
  • Recuperar la permeabilidad de las ciudades europeas. La impermeabilidad de los suelos favorece las altas temperaturas en verano, da lugar a inundaciones más rápidas y peligrosas, además de provocar que el agua se pierda, en lugar de recargar los acuíferos subterráneo. Adaptar las ciudades haciéndolas más verdes reducirá los niveles de contaminación, mejorando la calidad del aire, y disminuyendo las enfermedades respiratorias
  • Elaboración de una normativa europea para mantener y modernizar las redes de abastecimiento, de forma que no se pierda el agua.

UNA EUROPA JUSTA

Economía al servicio de las mayorías

 

La Unión Europea nació con el objetivo declarado de convertir en aliados y socios a países que habían luchado en las dos grandes guerras de la primera mitad del siglo XX. Aspiraba a crear una unión política y económica, y un espacio social donde los pueblos contaran con garantías mínimas de cumplimiento de sus derechos civiles, económicos y sociales, así como regímenes democráticos, sin los que no se podría acceder al ingreso en este espacio.

A diferencia de otras organizaciones regionales, cuenta con instituciones capaces de velar por el cumplimiento de estos derechos. En los últimos años casi todos los Estados han tenido que modificar su legislación en temas de medio ambiente, empleo, industria, etcétera, por contravenir lo dispuesto en sus Directivas y Reglamentos. La Carta Social Europea sentó una base importante, a la la que se han sumado iniciativas posteriores. En los últimos años, algunas decisiones del Tribunal de Justicia Europeo relativas a España han declarado abusivas algunas prácticas bancarias aplicadas en las hipotecas o discriminatorias las indemnizaciones por despido de los trabajadores temporales, así como negar el derecho al paro a las empleadas de hogar y cuidados. Son decisiones positivas relacionadas con abusos y violaciones de la legislación comunitaria, que en algunos casos mejora la legislación nacional. Pero no queremos referirnos a los abusos, que son muchos y es muy conveniente su denuncia, sino de los usos de la UE menos señalados, porque están instalados en la normalidad.

En las últimas décadas, las políticas económicas impulsadas desde la Comisión Europea se han centrado en los recortes de los derechos sociales y en la “austeridad”, apoyando la afirmación neoliberal de que el gasto social es una rémora de la que hay que desprenderse cuanto antes. Cada año, los funcionarios de la Comisión, examinan la situación de los países miembros y formulan recomendaciones u objetivos de obligado cumplimiento, que sospechosamente van siempre en la misma dirección. Reformar los sistemas protección social públicos y favorecer los regímenes de pensión privados, en manos de bancos y fondos de inversión, flexibilizar el mercado de trabajo y eliminar “rigideces” como unas indemnizaciones por despido “demasiado generosas” o para facilitar la entrada y sobre todo la salida de los trabajadores de las empresas. Y a los países que no cumplan esos objetivos, especialmente a los del sur, se les amenaza con cortarles el flujo de inversiones.

Durante la crisis de 2008, causada por el pinchazo de la burbuja especulativa de la banca internacional, la actuación de la Unión

Europea se centró, vergonzosamente, en la salvación de los bancos, que consiguió, en su mayor parte, con una gigantesca transferencia de recursos desde el sector público. Los recortes sociales fueron especialmente duros para los países de la cuenca mediterránea. El Gobierno de España tuvo incluso que modificar la Constitución para priorizar el pago de la deuda y los recursos que se destinaban a salud, educación, vivienda, etc. disminuyeron drásticamente. Todos pagamos hoy el rescate de los bancos, que habían causado el desplome financiero con sus maniobras especulativas, mientras que millones de personas perdieron sus casas, sus empleos y sus esperanzas.

La situación fue especialmente grave en Grecia, donde el gobierno de Syriza se negó a aplicar los ajustes exigidos y las amenazas y chantajes de la Comisión Europea pusieron en evidencia la inexistencia de soberanía del país fuera de los parámetros de la UE. Como consecuencia de ello, en algunos países se desarrolló un potente movimiento en contra de las autoridades comunitarias. Empezaron a alzarse voces que proponían la salida de la UE por la imposibilidad de desarrollar políticas acordes a sus necesidades, en lugar de asegurar la solvencia de las entidades financieras y la fortaleza del euro.

La crisis aceleró la desreglamentación del mercado de trabajo, reduciendo las indemnizaciones por despido, devaluando la negociación colectiva y eliminando derechos de los trabajadores y trabajadoras. Bajo la consigna de “flexibilizar el mercado de trabajo”, los países de la UE han abandonado a los trabajadores, que se ven obligados a aceptar un deterioro paulatino de sus condiciones de trabajo: menos sueldo, más horas, etcétera. Los jóvenes que iniciaron su vida laboral en este siglo prácticamente no han conocido la protección que la legislación laboral otorgó a sus padres. Los sociólogos hablan de una nueva clase: el “precariado”.

Durante de la crisis del COVID 19, y ante los riesgos de desbordes sociales, la Comisión Europea tuvo que variar sus recetas. Se permitió el endeudamiento de los países miembros, el Banco Central Europeo aportó los recursos para que los Estados pudieran subvencionar a las empresas, haciéndose cargo de gran parte de los salarios de los trabajadores, financiar programas de ayuda social, etcétera. Las tradicionales recetas keynesianas tan denostadas por el neoliberalismo de la derecha salvaron, momentáneamente, del colapso a la UE. Pero de nuevo la salida de la crisis se saldó con un incremento de la desigualdad, los recursos acabaron de nuevo en manos de las grandes empresas y los beneficios de los bancos están otra vez en cifras de récord.

En el Documento del Movimiento Humanista se anticipaba esta desigual relación entre capital y trabajo, que califica como “tiranía

del dinero”, que se agudiza y se refuerza inexorablemente con cada uno de los sobresaltos que asaltan la economía mundial. Mientras, asistimos a un proceso cada vez más acelerado de concentración del capital mundial, que se va desplazando del circuito productivo al especulativo. Hoy es más rentable especular que producir. En los pasillos de las instituciones comunitarias, los “lobbies” de las grandes corporaciones financieras, de la industria farmacéutica, del complejo militar-industrial o las grandes empresas energéticas, se mueven para conservar las condiciones ventajosas, casi monopólicas que disfrutan, que les permiten ganar cantidades de dinero fabulosas. La música del libre mercado se ha terminado y suena ahora otra que intenta controlar el desorden con prácticas represivas. Todas las disposiciones que toman los gobiernos son absorbidas y acaban acelerando el proceso de concentración financiera.

En este cuadro de situación, el sistema no puede encontrar la solución dentro de sí mismo. Es necesario poner en marcha un nuevo sistema económico que equilibre la relación entre capital y trabajo, y en el que desaparezcan la especulación y la usura. Esta tiranía debe desactivarse mediante medidas que democraticen las empresas. La teoría según la cual el capital decide y los trabajadores son excluidos de las decisiones económicas que más afectan a sus vidas, con el pretexto de que es el capital el que se arriesga, no se puede mantener más. Es necesaria una democracia económica a la hora de tomar decisiones que afectan por igual a trabajadores y empresarios. Si maximizar la rentabilidad del capital es el único objetivo de las empresas, ¿de qué manera podrán evitarse la pérdida de empleos o el deterioro de sus condiciones? Sólo si los trabajadores tienen posibilidad de decidir dentro de la empresa en igualdad de condiciones en un sistema de co-determinación, se podrá obligar al capital a nuevas inversiones y a abandonar el circuito especulativo y la desinversión. Todo beneficio que no se reinvierte en la mejora de las condiciones de trabajo o en la productividad, es desviado hacia el circuito especulativo.

  • La Unión Europea ha aprobado normas que obligan a los empresarios a informar y consultar a los trabajadores sobre las medidas que las empresas toman para reducir puestos de trabajo o para modificar sus condiciones. Pero esto no es suficiente. Avanzar hacia ese modelo debe ser una prioridad para la Unión Europea, tal como reclama la Confederación Europea de Sindicatos. Los humanistas proponemos un sistema de propiedad mixto de la empresa entre empresarios y trabajadores (propiedad participada por los trabajadores), en el que capital y trabajo comparten los beneficios y la gestión de la empresa.
  • Por otro lado, la nueva revolución industrial producida por el cambio tecnológico, la robotización, la aparición de la Inteligencia Artificial, ha causado una fuerte disminución de las necesidades de las empresas de mano de obra. Las empresas producen mucho más con menos trabajadores. A muchos se les invita a una jubilación anticipada, a otros se les despide. Y aunque todos tuvieran una salida positiva del mundo laboral, las oportunidades de las nuevas generaciones decrecen ante la masiva pérdida de puestos de trabajo. Es un momento en el que es muy oportuno el reparto del empleo, (es decir, del tiempo de trabajo). Esta medida no es nueva, la reducción del tiempo de trabajo es una de las reivindicaciones históricas de las organizaciones de trabajadores. A principios del siglo XX la histórica huelga de “La Canadiense” en 1919 consiguió que el Gobierno decretara la jornada de 8 horas en nuestro país. Mas de cien años después, tras todos los cambios tecnológicos aplicados a la producción que ha permitido su multiplicación y con la irrupción de las tecnologías de la información, es hora de una nueva reducción, que lejos de reducir los beneficios, incrementaría la productividad, aumentaría el empleo y ahorraría costes
  • Los humanistas nos unimos además a otros grupos y plataformas que están pidiendo la concesión de una Renta Básica Universal. Hoy en día, y por el simple hecho de haber nacido en un medio social, todo ser humano necesita disponer de vivienda, vestido, alimentación, educación y salud adecuadas para poder desarrollar sus potencialidades. El progreso humano, acumulado por miles de generaciones a lo largo de la historia, es un producto social creado por la colaboración y el trabajo conjunto de miles de millones de personas. Por ello deberíamos disfrutar de sus frutos todos los miembros de la sociedad. De este modo, estaremos aplicando nuestro principio que dice «trata a los demás como quieres que te traten», fomentando la reciprocidad entre personas. La ecuación surgida en la revolución industrial que equipara empleo a subsistencia es obsoleta. Definimos la RBU como una asignación monetaria que se caracteriza por ser individual, para todos y cada uno de los individuos; incondicional, sin cumplir ningún requisito para recibirla; suficiente para cubrir las necesidades básicas, y universal, para todas las personas. Por ello, decimos que la renta básica universal es un “dividendo social”, una renta sobre una inversión anterior. Hoy, cuando más y más personas pasan a estar desempleadas, tiene mucho sentido el reconocimiento de la

dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.

UNA EUROPA PARA VIVIR

Salud y educación gratuitas y de calidad

Para los humanistas toda política debe apuntar al progreso común, por lo que consideramos los recursos destinados a las áreas de educación y salud como una inversión en el ser humano y en el futuro conjunto. “Poniendo todo en función de la salud y la educación, los complejísimos problemas económicos y tecnológicos de la sociedad actual tendrán el enmarque correcto para su tratamiento”. Procediendo de modo inverso no se llegará a conformar una sociedad con posibilidades evolutivas.

El gran argumento del capitalismo es poner todo en duda preguntando siempre de dónde saldrán los recursos y cómo aumentará la productividad, dando a entender que los recursos salen de los préstamos bancarios y no del trabajo del pueblo. Por lo demás, ¿de qué sirve la productividad si luego se esfuma de las manos del que produce? Quienes así objetan gastan miles de millones en ayudar a la banca y permiten que otros miles de millones escapen de la economía productiva a la especulación que no produce ningún beneficio social.

Desde hace tiempo, esos mismos políticos que decidieron destinar los presupuestos a otras cuestiones que ellos consideran más importantes que la salud y la educación, quieren instalar, con la ayuda de los medios de comunicación, la idea de que estos servicios funcionarían mejor si son privatizados. Los Humanistas decimos que la salud y la educación no pueden ser jamás un negocio. Son un derecho inalienable que todo ser humano debe poder disfrutar en unas condiciones óptimas y de forma totalmente gratuita.

Por otro lado, la salud y educación se inscriben dentro de un modelo social que hoy está en crisis. Desde ese punto de vista, hay también que advertir el crecimiento de las plagas no solo físicas sino psicosociales. Si se están creando seres humanos autoritarios, violentos y xenófobos, si aumentan el alcoholismo, el abuso de los psicofármacos (incluso con los menores), la drogadicción, la ludopatía y el suicidio, entonces de nada vale los modelos educativos y sanitarios de este sistema.

Muchos y muchas jóvenes no se reconocen en las tensiones heredadas que llevan a la lucha por la supremacía y a la imposición de un estilo de vida individualista, que nos pone en peligro y, sobre todo, que es absurdo. No es bueno recriminarles que no quieran encajar en viejos moldes y esquemas. No es bueno tratar de anestesiar su sufrimiento con fármacos y artificios de todo tipo. No es bueno criminalizar sus protestas y expresiones en contra de la guerra, del hambre y del mercadeo de los

derechos humanos. Los Humanistas creemos en la libertad y en el progreso social y sabemos que Europa tiene que escuchar a su juventud y no solo permitir, sino facilitar, su participación en la construcción de un nuevo mundo.

  • La educación debe ser pública gratuita y de calidad en todos los niveles, desde la educación infantil hasta la universidad. Una educación en la diversidad e integral, que forme y desarrolle a los niños y jóvenes en la capacidad del pensar, la integración y aceptación del cuerpo, la expresión emotiva y la
  • La asistencia sanitaria debe ser universal, pública y gratuita. La salud de la población no puede ser objeto de negocio y especulación y no pueden recortarse las prestaciones por ninguna razón. La concepción Humanista fomenta la investigación para desarrollar un sistema de salud basado en la prevención de las enfermedades y no en el gasto farmacéutico. Un sistema que promueva una visión holística de la salud, pública y
  • Es necesario revisar también nuestro sistema de cuidados, cuyo peso sigue recayendo en las mujeres, que trabajan sin recibir apoyo ni remuneración para cuidar a mayores, niños, personas enfermas o con algún tipo de dificultad. Los cuidados son una responsabilidad del conjunto social y las instituciones deben priorizarlos, con la dotación presupuestaria necesaria y con unos servicios públicos adecuados y universales.
  • Derechos sexuales y reproductivos. El derecho a la educación y a la salud deben incluir los derechos sexuales y reproductivos. Es fundamental facilitar el acceso a una maternidad libre y elegida, así como poner al alcance de todas las mujeres la reproducción asistida. Pero también garantizar el acceso a los últimos métodos anticonceptivos y asegurar un aborto seguro, gratuito y accesible para todas (recordemos que en Europa más de 20 millones de mujeres no tienen garantizado el derecho al aborto). El reconocimiento de distintas opciones sexuales y modelos de familia ha de incorporarse a la legislación y en los protocolos.
  • Educación para la no violencia. La salud y la educación son pilares desde los que construir una sociedad no violenta, entendiendo la violencia no solo como violencia física, sino también económica, cultural, religiosa, sexual, racial, psicológica y moral. Urge garantizar una educación para la no violencia, que peralte los aportes de todos los individuos y grupos sociales (mayorías o minorías) y

promueva la metodología de la no violencia en la resolución de conflictos. El mundo cambia muy rápido y es necesaria la revisión de unos contenidos educativos que corren por detrás de una sociedad humana, científica y tecnológica que está buscando una nueva visión del mundo, una nueva sensibilidad y un nuevo ser humano muy lejos ya de las viejas enciclopedias.

  • Derecho a la subjetividad. Reclamamos también el derecho a la subjetividad que tiene el ser humano: a preguntarse por el sentido de su vida y a practicar y predicar públicamente sus ideas y su religiosidad o irreligiosidad. Cualquier pretexto que trabe o postergue el ejercicio, la investigación, la prédica y el desarrollo de la subjetividad, muestra el signo de la opresión que detentan los enemigos de la

UNA EUROPA EN LA QUE DECIDE LA GENTE

Democracia Real

 

Cuando hablamos de elecciones nos referimos al hecho de la designación por parte de los ciudadanos de aquellas personas que mejor puedan representar el sentir y las aspiraciones de futuro de las poblaciones. En consecuencia, el elemento y objetivo más importante de un proceso electoral son los representados, y no los candidatos y sus partidos políticos, elementos centrales del proceso electoral, que acaban convirtiéndose en dirigentes o jefes, como sucede en la actualidad.

“En cuanto a la representatividad. Desde la época de la extensión del sufragio universal se pensó que existía un solo acto entre la elección y la conclusión del mandato de los representantes del pueblo. Pero a medida que ha transcurrido el tiempo se ha visto claramente que existe un primer acto mediante el cual muchos eligen a pocos y un segundo acto en el que estos pocos traicionan a los muchos, representando a intereses ajenos al mandato recibido.

 

Ya ese mal se incuba en los partidos políticos reducidos a cúpulas separadas de las necesidades del pueblo. Ya, en la máquina partidaria, los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que éstos deberán seguir. Todo esto evidencia una profunda crisis en el concepto y la implementación de la representatividad” (“Cartas a mis amigos” Silo).

En el momento actual, donde la riqueza y el poder de todo el planeta se acumulan cada vez en menos manos, sucede lo mismo con el tema de la representatividad. Así, se han establecido numerosas limitaciones a candidatos independientes o a partidos políticos no controlados por el poder establecido, a presentarse ante la voluntad de las poblaciones, quedando en consecuencia el proceso electoral convertido en una simple democracia formal.

  • Medios de comunicación públicos. Esas dificultades que se imponen para presentarse a un proceso electoral, se producen de igual manera en el proceso de información a las poblaciones para que éstas puedan elegir, de acuerdo a su sentir, las propuestas concretas que presentan los candidatos. Los medios de información actuales, cada vez más dependientes, afines, o simplemente propiedad de los poderes establecidos, buscan dirigir a los votantes hacia determinadas posiciones, mediante informaciones sesgadas, interesadas o falsas, para perpetuar el actual estado de cosas. Es por ello que surge la urgente necesidad de implementar medios de comunicación públicos y abiertos en diferentes niveles: estatales,

regionales, provinciales o incluso barriales que transmitan a las poblaciones, además de una información veraz, las diversas propuestas presentadas para solucionar los numerosos problemas que surgen día a día.

  • Consultas y plebiscitos. Muchos de esos problemas, que afectan claramente a las poblaciones, requieren de soluciones urgentes y no pueden esperar al hecho de depositar un voto cada cuatro años. Hoy existen posibilidades tecnológicas para la consulta a los ciudadanos mediante el voto directo sobre el qué hacer, mediante consultas y plebiscitos, y no basarse simplemente en encuestas o sondeos
  • Ley de responsabilidad política. Por otra parte, deben imponerse leyes de responsabilidad política mediante las cuales todo aquel que no cumpla con lo prometido a sus electores arriesgue el desafuero, la destitución o el juicio político. Porque el otro expediente, el que actualmente se sostiene, mediante el cual los individuos o los partidos que no cumplan sufrirán el castigo de las urnas en elecciones futuras, no interrumpe en absoluto el segundo acto de traición a los
  • Elección directa de los jueces. Un tema fundamental para el desarrollo de una verdadera democracia en el ordenamiento actual de los países de la Unión Europea es la actuación del poder judicial. Su elección en nuestro país es una elección intermediada a través de los diferentes partidos políticos, permeables a grandes grupos de presión, que intentarán             elegir              a              aquellos miembros que mejor puedan llevar la acción judicial hacia sus propios intereses. El reconocimiento de las diferentes tendencias de un poder judicial y los conflictos presentes para su actualización, ponen en evidencia el interés de dirigir la justicia en una u otra dirección. Es por ello que desde el Partido Humanista proponemos la elección directa de los jueces por parte de los ciudadanos, además de promover las mismas oportunidades para todos los aspirantes a ejercer la acción judicial al servicio de toda la población.
  • Las minorias. En una democracia real debe darse a las minorías las garantías que merece su representatividad, pero, además, debe extremarse toda medida que favorezca en la práctica su inserción y desarrollo. Hoy, las minorías acosadas por la xenofobia y la discriminación piden angustiosamente su reconocimiento y, en ese sentido, es responsabilidad de los humanistas elevar este tema al nivel de las discusiones más importantes encabezando la lucha

en cada lugar hasta vencer a los neofascismos abiertos o encubiertos. En definitiva, luchar por los derechos de las minorías es luchar por los derechos de todos los seres humanos. Pero también ocurre en el conglomerado de un país que provincias enteras, regiones o autonomías padecen la misma discriminación de las minorías merced a la compulsión del Estado centralizado, hoy instrumento insensible en manos del gran capital. Y esto deberá cesar cuando se impulse una organización federativa en la que el poder político real vuelva a manos de dichas entidades históricas y culturales.

UNA EUROPA ABIERTA Y SOLIDARIA

Inmigración y multiculturalidad

Los Humanistas denunciamos un serio retroceso en las políticas migratorias de la Unión Europea. Contaminados por el signo político de algunos de sus gobiernos, la Unión se arrastra hacia posiciones que le llevan a un peligroso encerramiento y a fuertes retrocesos en cuanto a aplicación y defensa de los derechos de los inmigrantes, que vulneran la vigencia universal de los derechos humanos.

Estas políticas se hacen desde mentalidades que nos devuelven a tiempos que creíamos superados. Desaparecida la Europa de los pueblos, se impone la visión de que nuestros vecinos nos son ya cooperantes en la construcción del futuro que todos queremos, sino competidores (cuando no potenciales o directos enemigos) en el reparto de una riqueza muy mal distribuida y en la que los poderosos pretenden establecer una lucha por las migajas.

Poco a poco se modelan las “opiniones públicas”, creando un ambiente de peligro e inseguridad, un clima de enfrentamiento que sirve de base para el apoyo de las poblaciones a un belicismo exacerbado, así como la aparente necesidad de preparar y asegurar las fronteras. Aumentan los presupuestos (y con ello el negocio de unos pocos) para garantizar la defensa ante amenazas creadas y publicitadas con el resultado es una deshumanización creciente de las fronteras europeas.

Hemos dejado de ser una referencia moral para el mundo, resultado de la acumulación y el aprendizaje histórico. Pasamos de ser un modelo civilizatorio de avance social, a un búnker, un condominio donde se custodia con alambre de espino el ilusorio bienestar de unos pocos.

Por todo ello, los Humanistas suscribimos y nos hacemos eco en nuestro programa de la Iniciativa Ciudadana Europea Stop Violencia en las fronteras / Stop Border Violence (https://www.stopborderviolence.org/es/eci-sbv-esp/), con la que se pretende hacer que Europa respete sus propios principios y obligar a la Comisión Europea a aplicar a los inmigrantes las disposiciones del Artículo 4 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea: “Se prohíbe el uso de la tortura, así como las penas o tratos inhumanos o degradantes. Ninguna persona deberá ser sometida a torturas ni penas o tratos inhumanos o degradantes”.

También es necesario velar por un estricto cumplimiento de los derechos humanos de los migrantes dentro de los propios Estados miembros en el ámbito de la gestión de la acogida, fijando

sanciones para los casos de incumplimiento de las obligaciones establecidas. Denunciamos además la traición de los principios expresados en la Carta Fundacional de la Unión por parte de algunos gobiernos. Nos remitimos y amparamos en el marco de las competencias compartidas de la UE definidas dentro del espacio de “Justicia, Libertad, Seguridad”. El artículo 78 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE) menciona las competencias sobre las políticas relacionadas con los controles fronterizos, el asilo y la inmigración.

Para los Humanistas es el momento de una decidida acción política que recoja el sentir de millones de personas, que se oponen y ejercen una objeción de conciencia a la violación de los derechos humanos. Personas que quieren una nueva Europa, una Europa solidaria y vanguardia en la construcción de un futuro verdaderamente humano para todos los habitantes del planeta. Queremos ser la voz en el Parlamento Europeo de ese movimiento social, de base y transnacional, que ya está actuando y quiere hacer que Europa respete sus propios principios en materia de migración.

El voto Humanista es el voto de los que ya sabemos que no habrá progreso social si no es de todos y para todos.